28 de octubre de 2015

Escoltas: la cara amarga del final de la violencia de ETA

Muchos se encuentran en el paro, «sin salida y sin opciones»; reivindican su papel en la derrota de los terroristas
«Contentos porque, de alguna forma, formamos parte del éxito de vencer a esta gente, no es una gente que nos haya perdonado la vida. Les hemos ganado entre la sociedad, los jueces, los policías, la Guardia Civil y los escoltas que hemos estado ahí haciendo nuestro trabajo». Habla Vicente De la Cruz, presidente de la Asociación Española de Escoltas, transcurrida apenas una semana desde que se cumplieron cuatro años desde que ETA anunció que ponía fin a su actividad armada. «Desde la experiencia profesional, la experiencia emocional y lo que vivimos en el País Vasco, por suerte o por desgracia, nos trae bastantes recuerdos», indica Manuel Jiménez, presidente de la asociación «Las sombras olvidadas de Euskadi y Navarra».
Esas «sombras» son los escoltas. Llegaron a rozar los 3.000 solo en el País Vasco en los años más duros. Hoy apenas quedan 50 en la comunidad autónoma, una cifra simbólica. El final de la violencia terrorista trajo como consecuencia indirecta que profesionales que se jugaron literalmente la vida, y la perdieron en algunos casos -como Jorge Díez, que protegía a Fernando Buesa-, se hayan quedado en una situación muy delicada. «Los que hemos sido garantes de la Constitución, la democracia y las libertades ahora no importamos a nadie», afirma Jiménez con amargura. «Ha sido una merma terrible de empleo en el peor momento de la historia de España para quedarse sin empleo. En una época de crisis donde reubicarse ha sido poco menos que imposible. Mantenemos un montón de gente sin salida y sin opciones», suma De la Cruz.
En su caso sí logró encontrar una salida: «Sigo ejerciendo en el exterior, trabajo en distintos países, consiguiendo proyectos y contratos de protección». Jiménez, en paro desde 2011, relata que vive con su padre mientras su mujer lo hace con sus progenitores. Que conoce a compañeros que acuden a Cáritas o piden en la calle. Algunos optaron por la solución más extrema, producto de la desesperación:quitarse la vida.

Sin respuesta

«La realidad es que no se ha tenido ningún miramiento ni ningún detalle con esta profesión», lamenta el presidente de los escoltas españoles. Tanto él como su colega aluden a las distintas propuestas que pusieron sobre la mesa y que no obtuvieron respuesta. Como la que propugnaba volcar su experiencia en proteger a mujeres víctimas de la violencia de género. «Tal como estamos desarrollando desde 2001 en el País Vasco», explica Jiménez. «Ahora mismo hay 48 mujeres en el País Vasco con protección de escolta las 24 horas del día. ¿Eso por qué no se extrapola a nivel nacional? ¿No es necesario?».
También propusieron realizar protección en consulados, crear una empresa profesional a partir de una ayuda del Estado, reclamaron disponer de puntos para oposiciones... «Hemos hecho el mismo trabajo que un policía, he estado 24 horas con una pistola en la espalda. Hemos evitado robos, actos de violencia de género. Hemos demostrado desde el año 96 una eficacia del 100% en nuestro trabajo», defiende el presidente de «Las sombras olvidadas».
Afirma que, cuando se reúnen, llegan a preguntarse: «¿Nos hemos confundido de bando? ¿Teníamos que habernos puesto el pasamontañas y haber cogido una pistola, o haber echado el currículum en una herriko taberna? Por Dios, que nos hemos estado jugando la vida y nuestros matrimonios porque se ejerciera la democracia en un sitio del país donde no se podía».

«Mucha tensión y miedo»

Sienten que, a la falta de salidas, se suma un escaso reconocimiento a su labor. «Eran muchísimas horas de trabajo, levantarse muy pronto, acostarse muy tarde. Muchos momentos de tensión, muchos días de miedo, momentos muy duros, muy desagradables», rememora De la Cruz, escolta en el País Vasco de 1992 a 2008. «Levántate, contravigilancias, a ver cómo está esto hoy, qué rumores llegan por la calle, que nos dice la Policía, qué dice la Ertzaintza, qué dice la Guardia Civil».
«Cobrábamos 3.000 euros [al mes] pero trabajando 17 horas. No se nos han permitido huelgas, disfrutar de vacaciones con las mujeres, cumpleaños con tus hijos, porque no había personal o no podías cogerte días libres. Hemos llegado a trabajar 39 horas de turno seguidas», asegura Jiménez.
Aún hoy es escéptico: «La entrada de Bildu en los Ayuntamientos ha hecho mucho daño. Ha hecho que ETA y su entorno se hagan fuertes. Que tengan una financiación legal». «Lo que clama al cielo que estos tíos de ETA, siendo como son un cero a la izquierda, sigan sin declarar de una vez la entrega de las armas», tercia su colega. «Deberían tener un poquito de vergúenza torera, darse cuenta de que no son nadie, y cerrar con un broche que les dejara hasta en un medio buen sitio, como hizo el IRA, aunque sean unos perros. Qué le vamos a hacer».